En 2015, yo acababa de decidir tomarme un tiempo para volver a poner los pies en la tierra y afinar el tiro de mi carrera profesional.
Sin comerlo, ni beberlo, el mismo día que mi padre me comentaba que lo prejubilaban en la empresa, era el mismo día que yo le decía que me había llegado un correo desde la sede de mi ex empresa en Dubai y que querían empezar un proceso de selección.
Me puse manos a la obra, preparé las entrevistas con todo mi conocimiento y apliqué a los case-studies toda mi experiencia. Cuando yo pensé que había sido de manera mediocre, no era consciente del nivel tan bajo que existía en ese mercado. Por supuesto, conseguí el trabajo, con una job-offer bastante difusa, la descripción y las condiciones (con ojos de España) parecían maravillosas, pero claro, nunca ves el más allá.
Dejé todo, temporalmente mi pareja se quedó en España, y llegué y compartí piso por primera vez en mi vida (con experiencia de bed-bugs incluida). Empecé ver que en mi nuevo trabajo (agencia de Marketing llevada por un matrimonio líbano-francés) que todo era una mentira tras otra: “¿Cuántos sois en el equipo?” me interesé “12-14 personas” me dijeron, pero en realidad, en dos años, nunca fuimos más de 10 y en ese tiempo vi irse (y venir) 8 personas.
Fui contratada como Marketing, pero acabé vendiendo. Vendiendo a mi manera, ¡claro! Sin mentir, cosa que tanto en la empresa como en los clientes tuvo un impacto positivo. Nada de “inshallah” ni de “The moon and the stars”, todo claro, paso por paso y con previsiones de resultados. Hasta que tuve mi primer encontronazo (pensé, por mi mente prejuiciosa occidental, que sería con un Árabe) con el cliente que me dijo que no podía negociar conmigo por ser mujer, que tenía que ir con mi jefe. Tuvo que venir un compañero (que no era mi jefe) porque no me recibía… Al final, yo nunca cedí y esa cuenta estuvo siempre en mi TOP 8 de clientes.
Al final, en mi caso, tuve más lucha con mi propia empresa, por su falta de profesionalidad y de visión, que con mis clientes, con los que aprendí varias cosas básicas que me ayudaron a vender mucho (y muy bien, es decir, con re-compras por su parte):
1) NO MIENTAS: En esta parte del mundo se lleva mucho el “overpromise”, por eso, tener ese factor diferenciador no sólo te hará destacar, sino que te ganarás su confianza.
2) TRATA AL CLIENTE DE TÚ A TÚ: Como mujer occidental, siendo minoría, aprendí a dar un firme apretón de manos al llegar y al irme (cosa que también sorprende, por esa manera de dejar la mano muerta tan típica de aquí). Mirar a los ojos, no apocarse y ser firme. Ellos no te están haciendo un favor, estás construyendo una relación win-win, sino vale para ellos, para ti tampoco.
3) EDUCA A TU CLIENTE: El nivel tanto de profesionalidad como de trabajar es muy diferente a lo que yo estaba acostumbrada, eduqué a clientes desde la humildad y siempre con el objetivo común (suyo y mío) de construir una fórmula de trabajo beneficiosa para los dos.
4) APRENDE A DECIR NO: Mejor una vez roja que muchas amarilla. Un no a tiempo, evita dolores de cabeza posteriores: sino el deadline es imposible, si no tiene dinero o sino vas a ser capaz de ofrecer lo que necesita, DI NO.
5) SÉ HUMILDE: Todo lo que puedas aprender del cliente en una simple llamada es ORO. Trabajar desde la humildad no sólo construye tu carácter, sino que te ayuda a demostrar que tienes los pies en la tierra. Estuve 3 años en Dubai, dos en la primera agencia y, uno en una startup India (eso da para otro capítulo). Me he vuelto a España y, la primera semana sentía que de Dubai sólo me había llevado amigos. Ahora me doy cuenta de lo mucho que he aprendido, tal vez no a nivel educativo-profesional, pero mi carácter se ha fortalecido y he desarrollado resiliencia. La vida no te enseña a ser fuerte, te obliga a serlo.
L.C.